domingo, 2 de enero de 2011

La Historia de Mis Vecinos.

Voy a contar una historia triste y vacía. Un poco larga y tediosa, pero la resumiré a mi manera.

Podría haber empezado contándola desde el día en que mis padres se casaron en 1977 y se mudaron definitivamente al apartamento donde hoy vivo, pero mejor no, pues en esos tiempos todavía no estaba mal constituida esa familia disfuncional que espero que involuntariamente atormentan mis días y algunas de mis noches.

Comenzaré la historia más o menos en los años 90, década que al iniciar significó mi nacimiento, misma década donde ya estaba constituida esa familia maldita por sus 5 miembros originales:

La Madre: La más tolerable de todos, una mujer con un pasado de prostitución (no miento), y que a pesar de todo intenta llevarse bien con uno a pesar de sus inoportunos toques de timbre los sábados a las 8 de la mañana para joder.

La Vieja Puta: Como la hija, también tuvo un pasado de prostitución. Solo que esta es lo contrario de su madre. Coño e’ madre, inoportuna, y espía, jode por joder, toca el timbre cada vez que oye el ruido de algo rompiéndose en la casa (siempre tocaba el timbre cuando andaba con mis amigos jugando Nintendo y accidentalmente rompíamos un vaso). De paso la coño e’ madre vieja chismosa, fuma tanto que parece una chimenea, ya sus canas no son blancas sino amarillezcas por lo mucho que fuma la condenada.

El Hijo Mayor: Un tipo que yo pensaba que un pobre agüeboneado, hasta que hace años tomo una decisión que lo hace el ser más inteligente que ha pasado por esa casa: Se fue a Miami a la casa de un familiar, y no ha vuelto, está allá mejor que su puta familia.

El Otro Hijo: Un Malandro en toda regla, malviviente y delincuente. No sé si habrá matado a alguien, pero una vez estuvo a punto de matar a otro vecino a puñaladas.

La Hija Putarrona: La coño e’ madre que ha causado la mayor parte de las desgracias que hoy uno tolera.

Ya en los 90’s El Otro Hijo ya era malandro, de esos que se juntan con otros malandros en una esquina a joder y fumar droga cuando no andan por ahí vendiendo droga o asaltando negocios. El hijo mayor era un simple güevón trabajador, la hija putarrona todavía no era putarrona y La Vieja Puta ya era La Vieja Puta que toca el timbre a cada rato.

Hasta el inicio de la década que terminó hace pocos días se mantuvo esta situación, que cambió cuando El Otro Hijo metió a su mujer a vivir con él en el apartamento, y como todo malandro, no tiene buenos gustos, por lo cual metió en su casa a la gorda más fea y marginal que pudo encontrar en toda Catia La Mar, y de pasó preñada.

Cuando parió la tipa, la cosa empeoró, no solo fue el nombre impronunciable que le pusieron a la carajita (como los típicos marginales) sino que empezaron las peleas a altas horas de la noche, con gritos y golpeteos de ollas que me recordaban los episodios de Tom y Jerry.

Esa década, también vio el florecer sexual de La Hija Putarrona, que ya pudo hacerle honor a su nombre, pues empezó a darse cuenta de sus atributos y empezó a usarlos para conseguir novios de la crema y nata de la sociedad varguense, empezó por los autobuseros para llegar luego a la cima con los delincuentes.

Entonces empezó a correr el rumor que para ser su novio, había que tener en el bolsillo una botella de anís y una pistola, rumor que uno empezaba a creer al ver el prontuario de cada ser con el que salía.

Anduvo en ese vaivén de novios criminales, hasta que ocurrió lo que tarde o temprano todos sabíamos que ocurriría: La coña sale preñada, y no solo preñada, sino de morochos.

La cosa empeora cuando descubrimos que el responsable de la barriga es no más que otro criminal. Hasta su aspecto era de criminal, por lo que lo bauticé con el nombre de “Care’ Crimen”.

Luego llegaron los niños, cuya característica inconfundible, son sus gritos que me hacían pensar que ya conocen en que casa les toca vivir.

Todo eso confluyó en esa casa lo cual agrega a nuestra historia lo típico de estas relaciones disfuncionales: discusiones en medio de la noche y coñazos con el elemento agregado del elemento delictivo del tipo, lo cual hace imposible reclamarle algo por temor a perder la vida.

Un día la putarrona desapareció con los niños endemoniados, asumo que huyendo del tipo que seguía andando por el edificio metido en sus “negocios” y escondiéndose de la Policía. Hasta que un día el tipo desapareció y ella volvió de manera misteriosa. Hasta que el misterio se aclaró cuando descubrí la causa de su vuelta en los titulares de la prensa que anunciaban la captura del tipo durante un robo a una joyería.

Con su vuelta la normalidad ha vuelto a la casa, entiéndase por normalidad, los gritos de los carajitos endemoniados, los llamados inoportunos al timbre, la pedidera de cualquier cosa y ahora cuando todo esto está ausente, está el perro maldito que se compraron que ladra cuando los niños dejan de gritar.

Malditos marginales, ojalá este año se muden y le vendan el apartamento a Marjorie de Sousa o Andrea Matthies para que todo por fin empiece a mejorar.