lunes, 28 de septiembre de 2009

La Pesadilla del Arenque.

Por extrañas razones que ni yo sé, no me gusta comer pescado. Claro, como atún, y de vez en cuando en medio de una parrilla mar y tierra, me suelo comer algún pescado extraño que haya entre el revoltijo de carne y frutos del mar que hay servidos en la mesa, pero de ahí a pedir en un restaurante una rueda de carite o comerme alguna merluza que haga mi madre, prefiero cruzar la calle y comprar arroz chino, o prepararme alguna otra vaina. Tal vez mi aversión al pescado viene porque toda mi vida he vivido en un estado costeño, y a veces tanto mar puede resultar intoxicante, sea cual sea la razón que haga que no tolere el pescado no la sé, y no quiero hablar de eso a decir verdad.

Dicen que ciertas aversiones a las cosas vienen a partir de traumas de la infancia, pues yo tengo pocos traumas infantiles con el pescado a excepción de uno que tuve a los 12 años, aún cuando a mí siempre me ha repugnado el pescado, este es un trauma que vale la pena ser relatado.

Ocurrió a principios de 2003, en medio del paro nacional de 2 meses de la CTV y Fedecamaras, en tiempos en los que la escasez estaba a la orden del día, donde era más fácil conseguir caviar antes que una canilla con queso y jamón, donde la Coca-Cola pasó a la historia, y comenzó el auge de los refrescos K/R (o como los llamábamos entre amigos por sus efectos secundarios, “los Caga Rápido”), la gasolina y el gas para conseguirlos hacía falta hacer colas similares a las que hoy hacemos para sacarnos el pasaporte, y el azúcar se convirtió en una palabra que desapareció de nuestro vocabulario. Es decir, estamos hablando de tiempos difíciles para cualquiera que tuviera necesidades especiales como yo (si consideramos que mi necesidad especial es la adicción al pan canilla).

Como escaseaba todo, habían días en los que teníamos que comer sencillamente lo que mi padre o mi madre hubieran encontrado en el mercado, por suerte sobrevivimos bien varios días ya que teníamos gas, carne de res y suficientes vegetales para sobrevivir, además de una buena habilidad de mi madre para que las cosas que estuvieran en la casa tuvieran buen sabor, además de una cierta cooperación vecinal, ya que cuando alguien conseguía algo en algún sitio, avisaba para que fuéramos y compráramos o nos daban productos que ellos tuvieran de sobra a cambio de algo que ellos no tuvieran (cambios tipo mantequilla por azúcar o leche por caraotas).

Un día, un buen amigo de mi padre vino a la casa de visita con una bolsa de la que la cual ignoraba su contenido ya que en ese momento andaba muy ocupado jugando en mi Nintendo 64, luego de hablar con mi padre nos dijo que había traído 3 kilos de arenque que a él le habían regalado, pero que él no sabía qué hacer con tanto pescado por lo que se decidió a darnos 1 kilo para que mi madre lo preparara a su gusto.

Dos días después de estar refrigerado el pescado, mi madre se dignó a prepararlo. Mientras yo seguía jugando en mi Nintendo empezó a sentir uno de los olores más horrendos de mi vida, ese olor era el equivalente olfativo a la changa balurda del Hijo e’ Puta del Fiat, y mientras me ponía a pensar si es que los recolectores de basura también se habían sumado al paro nacional, me di cuenta que el olor nauseabundo procedía de mi cocina por lo que procedí a formarle un peo a mi madre a lo cual ella respondió:

Mi Madre: Probablemente huela así, pero va a quedar riquísimo.

Yo obviamente no le creí por lo que no me comí esa vaina, quedando de sobra en la casa para desgracia mía, ya que el jodido olor del arenque conforme los días pasaban se intensificaba más y más, llegando a un momento en el que de verdad estaba mareado a causa del jodido olor que continuaba intoxicándome.

El olor me intoxicaba de una manera tan arrecha que había momento en los que me ponía a ver VTV (estamos hablando del peor VTV, el de los micros que hablaban de mensajes subliminales) nada más para ver si con algo peor lograba sacarme de la mente esa pesadilla olfativa que continuaba atormentándome día tras día.

Un día sentí que mis ruegos habían sido escuchados, ya que estaban a punto de ocurrir dos cosas cerca del sitio donde vivía, una de esas cosas era una marcha de la oposición (Quizás la única que hubo en Vargas durante ese período), y la segunda ya la mencionaré.

La cuestión es que mientras estaba asomado por las ventanas de la sala de mi casa, notaba como los comercios de mi calle se iban cerrando poco a poco hasta convertir la calle en un desierto. Al principio yo no entendía que pasaba, pero cuando escuche un bullicio y observe a un montón de gente caminando por una avenida cercana a mi edificio, con banderas de Venezuela y gritando consignas contra el gobierno, entendí perfectamente que estaba a punto de presenciar algo divertido.

La cosa se puso aún más divertida cuando vi llegar al otro lado de la avenida a un montón de personas vestidas de rojo o con camisas blancas de los círculos bolivarianos a punto de enfrentarse en la semi-vacía avenida a los manifestantes opositores, pero afortunadamente en ese momento la cuestión seguía aumentando los niveles de hilaridad al observarse a un grupo de policías armados con escopetas y equipos antimotines que al notar que la escaramuza entre oficialistas y opositores había comenzado comenzaron a disparar bombas lacrimógenas que dispersaron a la gente y que hicieron que la marcha al igual que la mayoría de las cosas que se hacen en Vargas para protestar fracasaran.

Cuando el olor de las lacrimógenas entro a la casa, empezó el terror ya que mientras los policías seguían disparando nos estábamos ahogando por lo que mi madre empezó a buscar donde carajo había puesto el vinagre ya que se le había olvidado, y en ese momento me di cuenta de algo, que el olor a arenque había desaparecido gracias a la acción represiva de la policía, que en cerca de 5 días era la primera vez que volvía a oler algo que no fuera un pescado asqueroso, despertándome de la pesadilla que había traído a la casa un amigo de mi padre que nunca creyó que un buen gesto se convertiría en una caja de pandora de mis peores pesadillas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como pecado más o menos en las mismas circunstancias que tú, muy de vez en cuando y en ciertas condiciones.

Lo más feo no es el sabor, sino el olor!

Mauricio dijo...

El pescado huele a mar, el mar huele a suciedad...

Podredumbre, porquería, pescado.

Daniel Lara F. dijo...

El COÑOETUMADRE!!! Ese pescado estaba de pinga!!! pasé como un mes comiendo arenque con distintas combinaciones: hallaquitas, funche, arepas, arepas fritas, verduras sancochadas, verduras fritas, más hallaquitas, más funche, más arepas....
Que tiempos aquellos...!
La próxima vez que vayamos al Parador ya se que pediremos...